Del laboratorio al volante: la trágica historia de Bassem, el químico libanés que encontró su destino lejos de Beirut

Nacido en Beirut (Líbano), entre los ecos de una ciudad marcada por la guerra y la esperanza, Bassem soñaba con un futuro brillante. Desde joven fue descrito como un hombre de mente aguda, apasionado por la ciencia, un soñador que creía que la educación podía cambiar su destino. A los 26 años, con una maleta llena de ilusiones y apenas unas cuantas fotos de su familia, llegó a España para comenzar un doctorado en Química, convencido de que el conocimiento sería su pasaporte hacia una nueva vida.

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Pero el destino, caprichoso y cruel, tenía otros planes para él.

Aquel joven prometedor que un día mezclaba compuestos en un laboratorio terminó, años después, recorriendo las carreteras infinitas de España como camionero. Lo que comenzó como un trabajo temporal se convirtió en su rutina, en su modo de sobrevivir. Las largas noches en soledad, los kilómetros sin fin, y la distancia de su tierra natal se fueron acumulando sobre sus hombros como un peso invisible.

Su hija, Maya, lo recuerda con una mezcla de ternura y dolor. “Era una persona reservada, muy amigo de sus amigos, siempre riendo, haciendo bromas… un poco vacilón, pero con un corazón enorme”, confiesa entre lágrimas. Detrás de aquella sonrisa permanente se escondía un hombre que había sacrificado su carrera y sus sueños por la estabilidad de su familia, un hombre que cambiaba los tubos de ensayo por el volante de un camión.

“Papá siempre decía que algún día volvería a Líbano, solo para caminar por las calles donde creció”, cuenta Maya. “Nunca pudo hacerlo.”

El día de la tragedia comenzó como cualquier otro. Bassem había terminado su turno de conducción y planeaba regresar a casa. Pero el cielo se tornó oscuro, la lluvia empezó a caer con furia, y el destino volvió a jugar sus cartas. Una tromba de agua —de las más intensas registradas en la región— lo sorprendió en medio de la carretera. Su camión, atrapado por la fuerza del temporal, fue arrastrado sin piedad.

Cuando los equipos de emergencia lo encontraron horas más tarde, ya era demasiado tarde. El hombre que había escapado de la guerra para construir una vida nueva perdió la suya bajo un cielo que parecía llorar con él.

Hoy, su nombre se suma a una lista que España no debería olvidar: la de las víctimas de la tormenta, esas personas anónimas que el viento y el agua se llevaron, pero que dejaron huellas imborrables en quienes los amaron.

229 fallecidos, 229 historias que no merecen caer en el olvido”, dice la pancarta que su hija Maya sostiene con manos temblorosas. “Por dignidad, justicia y memoria… y por papá, que solo quería volver a casa.”

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